Los árboles de
Navidad que decoran las casas durante estos días no son abetos, pese a
que muchas veces se denominen de esta manera. Son coníferas del género
Picea e, igual que la costumbre de adornar el árbol,
provienen del centro de Europa, aunque ahora se cultivan en viveros en
España para su uso ornamental.
ECOticias.
En medio del bosque, rodeado de adornos, adorado y venerado por
los druidas, se alzaba el Árbol del Universo (Divino Idrasil). Su copa
simbolizaba el cielo y sus raíces el infierno. Dentro de los ritos
paganos de sacralización de la naturaleza, estos pueblos celtas de
Europa Central celebraban el cumpleaños de uno de sus dioses decorando
un gran árbol perenne.
Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa,
transformaron esta veneración a Frey, dios del Sol, en una
conmemoración del nacimiento de Cristo. Se supone que fue san
Bonifacio, evangelizador de Alemania, quien cambió el árbol por un pino
adornado con velas y manzanas, simbolizando el amor de su dios. Las
velas se convirtieron en luces y las manzanas, en las bolas navideñas.
El primer árbol de Navidad moderno del que se tiene constancia se
sitúa en Alemania, en torno a 1605. La moda comenzó a difundirse por
países de Europa del norte, como Finlandia o Inglaterra.
En España esta costumbre no se introdujo hasta 1870, parece ser que
de manos de la aristócrata rusa Sofía Troubetzkoy, que lo colocó en el
desaparecido palacio de Alcañices, en el madrileño Paseo del Prado.
Un par de siglos después, esta práctica se ha difundido en todo el
país. Y, al igual que la costumbre, el tipo de árbol que se utiliza
principalmente, el abeto rojo (Picea abies), también procede
del centro de Europa. Pese a lo que comúnmente se piensa y a su nombre
engañoso, no es estrictamente un abeto sino una conífera del género
pícea.
No es abeto todo lo que reluce
“Por el nombre vulgar de abetos hay gente que mete muchas especies,
que corresponden incluso a géneros distintos”, advierte Carlos Soriano,
Catedrático de Botánica de la Escuela Técnica de Forestales de la UPM.
“En el lenguaje vulgar, frecuentemente no se distingue un abeto de un
cedro. Muy a menudo está referida a cualquier árbol de corte piramidal y
con la copa ensanchada en la base”.
De manera más precisa, la denominación de abeto corresponde al género Abies.
Para no equivocarse, hay algunas peculiaridades que permiten
distinguirlo: son árboles con un solo tronco principal, con piñas
erguidas situadas en la copa, que se desmoronan por completo cuando
dispersan los piñones por el aire.
Los ‘abetos de Navidad’ que se venden en estas fechas pertenecen a otro género, el Picea,
que está perfectamente diferenciado, y que no existe en España de
manera nativa. “Es una especie centroeuropea, con gran distribución
desde Escandinavia hasta los Alpes, pero no llega a nuestro país, se
cultiva en viveros exclusivamente como árbol de Navidad”, explica
Soriano. “En España se importa, imitando la costumbre europea, ya que
allí en principio esta especie sería la que extraerían de los bosques
para adornar las casas”.
“Nosotros los traemos de un vivero del País Vasco”, cuenta Sonia
Andrés, estudiante de 3º curso de la Ingeniería Técnica Forestal de la
Universidad Politécnica de Madrid (UPM), y vendedora ocasional de
árboles de Navidad en el mercadillo que se organiza en esta escuela.
El mercadillo no es una moda nueva. “La venta de árboles navideños
de Montes lleva funcionando desde 1956, es nuestra manera de
financiarnos el viaje de fin de estudios”, explica Aitor Fernández, de
sexto curso de la Ingeniería de Montes, que también explota este
negocio navideño. Es una iniciativa con mucho éxito, en parte porque
los precios son más bajos que en otros puntos de venta y además “es una
opción más ecológica que adquirir uno de plástico, ya que con que haya
unos pocos que luego se replanten y sirvan para parques y jardines
fijarán carbono,”, asegura Fernández.
En Forestales venden, además del abeto rojo, otra especie que sí pertenece legítimamente al género de los abetos: el Abies nordmanniana, el más imitado en el formato de plástico.
Las especies autóctonas
“En Europa hay cuatro o cinco especies de abetos, según el
autor que haga la clasificación”, explica Soriano. Se localizan en
buena parte de las montañas que rodean la cuenca mediterránea, por
ejemplo, en los Alpes, en los Pirineos y en el norte de Marruecos.
Los dos abetos de España se localizan en estas dos últimas regiones: el del Pirineo (de la especie Abies alba) y el del Atlas (Abies pinsapo),
que sube hasta las provincias de Málaga y Cádiz. Pero tampoco en los
lugares donde se encuentran estos árboles se aprovechan tradicionalmente
como adorno de Navidad.
“Al parecer, sí se utilizaban ramas de pinsapo en Estepona para las
procesiones de Semana Santa”, relata Juan Manuel Martínez, profesor de
la Escuela Técnica de Forestales de la UPM. “De hecho, el botánico
Edmond Boissier, que describió la especie en el siglo XVIII, menciona
en su obra este uso“.
Hoy en día el Abies pinsapo tiene una extensión muy
reducida (no supera las 2.000 o 3.000 hectáreas), y es una especie
protegida, por lo que no se puede cortar sin permisos legales. Quedan
tres reductos: uno en Grazalema (Cádiz), otro en la Serranía de Ronda
(Málaga) y otro más pequeño en Estepona (Málaga).
Árbol ornamental y madera para carpintería
Sin embargo, sí se produce en viveros como especie ornamental.
“Desde el siglo XIX se está cultivando en Cataluña la especie pinsapo,
lo que provoca una mezcla con el alba, que es autóctono de esa zona,
que no se hubiera dado si no hubiera sido por las plantaciones”, cuenta
Soriano.
En España, estos árboles tienen uso comercial básicamente por su
madera. “Se ha utilizado para hacer instrumentos musicales, para los
mástiles de los barcos, para muebles, para los frisos que se ponen en
las paredes… Tiene un bonito color claro que la hace muy codiciada”,
relata Martínez. “Hace tiempo se utilizaba para muchas cosas. Ahora, la
madera acaba yendo a carpintería. En el Pirineo la prefieren al pino
silvestre”, prosigue.
En diferencia al pinsapo, el alba no es una especie protegida en
España, aunque la gran mayoría de masas están en espacios reservados.
Pero sí se cortan para reordenar el monte y, de paso, producir madera.
Protección cuidadosa
“Es una especie muy sensible: cualquier incendio o cualquier
catástrofe puede ser devastadora”, asegura Martínez. La principal
amenaza es la propia delicadeza del árbol, que lo sitúa en desventaja
frente al resto de especies del bosque. La tala de otras especies
rivales como por ejemplo el roble, que resulta más útil como leña por
su poder calorífico, ha permitido que la población de abetos se
mantuviera.
Gracias a la intervención humana, “después de unos años muy malos,
ahora parece que esta especie está regenerándose. Está en mejores
condiciones que hace 30 años”. Pero los expertos recuerdan que la
conservación ha de hacerse con cuidado.
“Proteger una especie aislada, sin tener en cuenta el efecto que
tiene esto sobre el resto, que se ha hecho mucho en nuestro país, hace
que otras se vean perjudicadas, e incluso a la larga, también la que se
pretendía preservar”, apunta Soriano.
Los investigadores sostienen que es importante abogar por una
política que considere los ecosistemas como un todo, y estudiar bien
las dinámicas para tomar las decisiones adecuadas, con el objetivo de
preservar la biodiversidad. “Cuanto más rico en especies sea un monte,
más equilibrado está todo, y es más difícil que una especie se
convierta en una plaga”, sostiene Martínez.
¿Tu árbol de Navidad va a morir?
En las casas, la supervivencia ya es otra cosa. Aunque los árboles
se venden con cepellón, y en teoría sería posible trasplantarlos,
“están hechos para Navidad. No son especies autóctonas de España y
difícilmente van a agarrar”, admite Sonia Andrés. En la maceta apenas
aguantan dos meses, aunque, si se dispone de él, en un jardín, con unas
condiciones de temperatura concretas y regándolo, sí puede
trasplantarse, siempre que se haya mantenido alejado de la calefacción,
que lo seca.
Y, para quien no sepa qué hacer con el árbol seco, algunos
ayuntamientos como el de Madrid tienen un programa de recogida. “Si se
puede, se mantienen en un vivero y se trasplantan en parques y jardines
y si no, se mandan a biomasa”, explica Aitor Fernández.
Todavía hay una opción más sostenible: “En España, durante mucho
tiempo, lo que se comercializó como árbol de Navidad eran ramas de pino
silvestre”, cuenta Martínez. “Es un aprovechamiento mucho más racional
de los recursos. Los árboles que venden ahora, aunque vengan con
cepellón, no sobreviven. El 90% se seca, por culpa de las
calefacciones. “, Martínez.
Usando ramas de pinos silvestres se hacía una labor de mejora de la
masa, haciendo limpieza de los bosques, ya que se obtenían de la poda, y
además se obtenía un rendimiento económico. “Es ecológicamente más
interesante que cultivar algo para tirarlo a los dos meses”, concluye
Martínez.
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