miércoles, 11 de enero de 2012

La naturaleza en el ecologismo y en la cultura rural

¿Existe un modo propio de pensar la naturaleza en el mundo rural? Decimos "pensar" porque enprincipio no dudamos que sí existe un modo propio de habitarla. Si observamos, además, que habitar implica toda una serie de operaciones existenciales e imaginales, que para habitar hace falta ocupar con el lenguaje un espacio, y que esta ocupación supone representación, elección, memoria, discriminación, etc., nos encontramos con que finalmente estamos hablando del pensamiento y sus elaboraciones filosóficas o culturales.
Dionisio Romero 
Cuando los técnicos de la administración o los gestores ecologistas llegan a un pueblo con un proyecto conservacionista, se encuentran normalmente con una gran resistencia. En su agenda de trabajo, su proyecto les parece positivo y necesario, manejan datos y estudios que avalan su programa, pero normalmente, en el diálogo con los paisanos, se perciben dificulta-des. Tienen, por supuesto, razones muy importantes para sentirse perjudicados por lo que pueden considerar una intromisión legalista en su gestión, y también hay rechazo a toda novedad y temor al intervencionismo. Pero si es cierto que desde la cultura rural la naturaleza es percibida en otra escala y con otros con-tenidos y sentidos, ¿no será que el conflicto puede ser también intelectual y que los pueblos que conservan su tradición tienen su propia "teoría naturalista"?

¿Dónde podemos reconocer los elementos que nos aproximen a la visión que de la naturaleza se tiene en el mundo rural? La respuesta es: en su folclore; un concepto que por su amplitud lo acotamos a las fiestas populares. Naturalmente, otras fuentes de información son el refranero o las canciones con alusiones naturalistas; pero pensamos que las fiestas hacen visible su topos cultural de una forma más integradora y reveladora, su manera no ya de interpretar, sino de cohabitar con el medio. El hombre decampo no es tanto un individuo que habita un territorio, cuanto una persona que cohabita con otros su tierra. Hay un fuerte sentido de unanimidad colectiva, todos los elementos de su cultura están integrados. No hay percepciones divergentes entre las distintas ciencias, como en la cultura urbana, ni disparidad entre grupos de opinión hasta el extremo de los subgrupos urbanos; o, para ser más precisos, la cultura rural es capaz de cohabitar con las diferencias o divergencias, porque hay una textura común, un denominador común, un sentido de lo unánime. De todo esto se desprende que la aproximación ecologista le es extraña. Sus conocimientos no son productos de una mirada especializada y supuestamente objetivada, no hay acercamiento al medio, dado que ellos son el medio y, por lo tanto, muchas categorías sentimentales, cuando observan o buscan un lugar o especie, como admiración, expectación, diversión, extrañeza, les son ajenas. No hay un oikos al que aplicar un conocimiento especializado, sino, más bienal revés, hay una memoria sapiencial que constituye el oikos: un “hogar” laboreado por el hombre, interiorizado y profundamente localizado.


Pues bien, las fiestas son la expresión social y antropológica para significar su espacio vital, un comportamiento que nos permite leer los signos y contenidos que para ellos tiene la naturaleza. Las fiestas transforman simbólicamente el espacio natural en tiempo. Para la cultura rural, como dijimos en el primer artículo de esta serie, lo temporal es el gran arquitecto de su visión natural. Las fiestas son la escenificación de este simbolismo, al engarzarse perfecta y metódicamente en ciclos temporales; el movimiento del planeta, con sus estaciones y transformaciones climáticas, crea el primer cuadro global. Con las fiestas se toma conciencia del devenir, se interiorizan los procesos naturales, se exalta lo natural al mundo de lo intangible, se baja el cielo a la tierra. Con las fiestas los días no pasan con su desnudez anónima y sus procesos de subsistencia, al modo que pasan los días de un ecólogo. El hombre de campo vive en un tiempo que no se desprende de una rex extensa, al modo de los filósofos cartesianos; parece que su tiempo es más bien el lienzo sobre el que se proyectan los objetos naturales.


Pero tampoco es necesariamente un tiempo de procesos naturales, al modo que lo leen los biólogos. El tiempo cíclico y festivo, es un tiempo que destila, en sus operaciones de constante retorno, una semilla de eternidad, una imago de inmovilidad, es un tiempo que se detiene en cada celebración. Además de este ciclo estacional, con sus fiestas de la cosecha, el carnaval, las mayas, etc.,hay que contar con otros ciclos de carácter más personal, que reproducen igualmente este movimiento de retorno y fuga; el individuo celebra su existencia entre bautizos, bodas, santos, y cumpleaños. Y envolviendo estas dos espirales está el ciclo sagrado o litúrgico: domingos, Pascua, Asunción, Navidad, Semana Santa, etc. Y todo el santoral y las fiestas de la Virgen, que transforman y alquimizan el calendario. Como decía Julio Caro Baroja, "trabajos, ocios, estaciones y fiestas religiosas van engranadas de un modo que admira al que observa atentamente". Pues bien, estos engarces nos muestran que en los pueblos, más que habitaren un oikos, una naturaleza en la que se pueda explorar una ecología, se vive en un hortus, en un espacio fuertemente localizado donde se laborea y celebra la cosecha práctica del sustento y la cosecha vital del contento y elsentido.


Para que el tiempo, con sus ciclos y estaciones, con sus edades, nacimientos y muertes, "regrese" a cada conciencia, debe tener un fuerte anclaje en la tierra, de la misma manera que la cometa vuela, planea y regresa, a condición de que un brazo agarre sin soltar el cordón. Por eso, la cultura rurales profundamente local y práctica, y en la medida que labra y pastorea la tierra, es capaz de sobrevolar con cada fiesta sobre un tiempo sagrado. En este hortus naturalis no hay conservación de espacios, ni relaciones mecánicas entre especies, ni etología de conductas e instintos; hay, más bien, un ethos, una "costumbre" que contiene símbolos y mensajes transnaturales. Las especies son traídas al escenario donde el cielo y la tierra se citan; el mejor bioindicador para un paisano de que algo malo pasa es que el cuco no anuncie sus fiestas de mayo: "Si el pecu [cuco] no canta / pal veinte de abril / o se ha muerto el pecu / o viene el fin".


Para ellos la naturaleza no se conserva; se trabaja y se cosecha. Cada especie no es un elemento de un ecosistema, sino más bien un actor más que cohabita el drama vital de los días; por eso no entiende muy bien la sobrevaloración de tal o cual especie por parte de la administración, como un dramaturgo no entendería que se iluminase en el escenario sólo a un personaje concreto. Los pueblos, hasta la fecha actual, en que se diluyen y desaparecen, se han exiliado de la Historia; no les gustan las reformas o revoluciones; ellos han cumplido con su calendario, mientras domesticaban, labraban, alimentaban y transformaban el paisaje, y el paisaje los cosechaba a ellos, dando y recibiendo. Hay en nuestra cultura elementos más que suficientes para dar a la Naturaleza más sentido y profundidad, pero, como decía Ralph Waldo Emerson, "en realidad, a pocos adultos les es dado conocer la naturaleza". Algo podemos aprender de los paisanos que todavía sobreviven en algunos pueblos. Un hombre capaz de interiorizar e integrar conocimientos con distinta función y valor sería un hombre más completo. Por eso, consideramos trágico el menosprecio de la cultura rural, algo que entristecía sobremanera a Caro Baroja. Muchas veces el ecologismo se ha instalado en los pueblos como un frente misionero, dispuesto a la conversión de sus paisanos. Pero poco esfuerzo se ha hecho por aproximarse a su intelectualidad, aunque sea oral y, por tanto, esquiva a un escrutinio ilustrado. Nuestro ya mencionado Julio Caro Baroja, que hizo un esfuerzo como pocos por reflexionar esta realidad y darla a conocer, nos decía: "Admira, sorprende y, a la postre, choca, que una conjunción de hechos tan trabada y perfecta en su género, haya dado tan pobres resulta-dos teóricos cuando algunos eruditos la han estudiado". Precisamente se refería a las fiestas populares, otra "especie" que en su proceso de extinción y devaluación va perdiendo sentido y alegría verdadera.

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